jueves, 5 de noviembre de 2009

Los recursos del drama.




Ya he hablado en una ocasión de los recursos del humor. Hoy nos ocuparemos de los del drama, o propiamente, de la tragedia.

Empecemos diciendo que es más fácil conmover que hacer reír. La razón es bien simple: el humor se dirige al cerebro del lector, mientras que la tragedia llega directamente al corazón, a los sentimientos, y tenemos una gran capacidad para empatizar con quien sufre. Nos resulta muy fácil ponernos en el lugar de una víctima. Los actores o escritores que se dedican al humor se quejan con frecuencia de que su trabajo se infravalora al compararse con la obra dramática, y tienen razón. Un chiste no siempre funciona. Una escena dramática funciona siempre, apenas con las excepciones de rigor.

Veamos esta sencilla frase de tres palabras:

"Él quedó solo."

Tiene un alto potencial dramático. La soledad es una sensación que, a priori, nos parece desagradable y la hayamos experimentado o no, nos resultará fácil identificarnos con ese pobre hombre solo. Tendríamos que añadir que esa soledad es una buena noticia para eliminar su efectividad dramática. Por ejemplo:

"Él quedó solo cuando sus secuestradores lo liberaron."

Pero eso funciona así porque sabemos que aún peor que la soledad era su condición de secuestrado, lo que convierte a nuestra víctima en un ser afortunado.

El drama funciona así. Cualquier situación dramática provoca la solidaridad del lector y su identificación con el personaje. Valga como ejemplo una escena de hijo que pierde a su madre, o de madre que pierde a su hijo, que de manera invariable toca automáticamente la fibra sensible del lector:

"Él quedó solo cuando fue abandonado por su madre."

Inmediatamente nos imaginaremos que el ser abandonado es un niño, o como mucho un adolescente. Estamos predispuestos a ello, y sin saber el porqué,  nos ponemos en la peor de las situaciones posibles. No sabemos si el tío tenía 54 años y su madre era una psicópata, pero ya hemos imaginado a un pobre niño abandonado a su suerte. También cambia la cosa radicalmente si la planteamos así:

"El cocodrilo quedó solo cuando fue abandonado por su madre."

Obviamente nadie sabe ponerse en el lugar de un cocodrilo, por lo que más bien nos alegraremos de su abandono, y desearemos su muerte casi tanto como la de su madre. Sabemos que si el bicho crece, un día puede comerse a nuestros hijos.

Nuestras simpatías siempre están con el débil, por lo que se trasladarán si nuestro hombre deja de ser la víctima:

"Él quedó solo tras asesinar a sus 18 compañeros."

Ahí entenderemos su soledad como un justo castigo a su acción. Y aún nos parecerá poco. Ya no nos identificamos con él, perdemos todo rastro de empatía... salvo que de verdugo lo convirtamos en héroe, por ejemplo:

"Él quedó solo tras asesinar a sus 18 compañeros, que pretendían arrojar una bomba nuclear sobre Amsterdam."

La indefensión, la vulnerabilidad, la soledad, la injusticia, la muerte, el abandono. Toda situación que no deseemos para nosotros, es intrínsecamente dramática. Volvamos a la frase original:

"Él quedó solo."

Despojadas las tres letras de cualquier sentido adicional, volvemos a ponernos inconscientemente en el lugar de un hombre que sufre. Podemos añadir carga dramática exagerando su soledad:

"Él quedó muy solo."

Ahí estamos abusando de la sensibilidad del lector, rozando la sensiblería, pues si lo razonamos llegaremos a la conclusión de que es exactamente lo mismo una cosa que la otra. Quien está solo está por definición muy solo. No hay grados, pero engañamos al lector al enfatizar, haciéndole creer que nuestro personaje está "más solo", algo que es imposible.

Para ello es más efectivo, en todo caso, recurrir ya no al grado de soledad, sino al tipo de soledad:

"Él quedó terriblemente solo."

Nos hace saber que el hombre sufre su soledad, y realzamos de una manera honesta la identificación del lector con el personaje. En contraposición, escribiendo:

"Él quedó felizmente solo."


Comunicamos que el tío quería estar solo y eliminamos toda efectividad dramática. Ya no es una persona que sufre su soledad y por tanto no sólo no nos conmueve, aún más, nos alegramos por él.

Así, la frase funciona siempre salvo que premeditadamente la despojemos de su dramatismo añadiendo elementos para ello. Y eso se puede aplicar por extensión a cualquier situación dramática que queramos describir. Por ello afirmo que el humor sólo es efectivo cuando contamos con una serie más bien compleja de resortes combinados de una manera eficaz, mientras que el drama tiende a funcionar por sí mismo, pues cuenta con la predisposición y la complicidad del lector.

Tomamos imagen de aquí.

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